Torcidos

Realmente odio mis dientes torcidos. ¿Por qué no están alineados como los de los demás?

 

Cuando yo era pequeña pensaba que se enderezarían a medida que mi boca y mi cuerpo crecieran. Pero no creo que vaya a crecer mucho más y todavía tengo los dientes apiñados en la boca. He perdido toda esperanza de que se arreglen por sí mismos.

 

Pedí a mis padres que me llevaran al médico que usa frenillos para enderezar los dientes, pero dicen que no tenemos dinero para eso. Dicen que debería estar agradecida por estar sana y que no debería preocuparme tanto por mi apariencia. Es fácil para ellos decirlo.

 

Algunos niños me llaman ‘sonrisa’ porque nunca me han visto sonreír. Envidio a esas chicas que sonríen sin problema alguno. Yo no. Evito sonreír la mayor parte del tiempo para ocultar la horrible visión de mis dientes torcidos. Cuando algo realmente me hace reír, es peor. Entonces mis dientes torcidos se exhiben al aire libre sin poder evitarlo a tiempo, o hago una mueca extraña con los labios cerrados.

 

Hasta dormida mis dientes están en mi mente. Cuando tengo pesadillas, lucen aún peor que en la vida real. Parecen dientes de tiburón. Cuando tengo dulces sueños, tengo una sonrisa perfecta, pero luego me despierto con mis dientes reales y me dan ganas de llorar. A veces rezo a la hora de dormir para que suceda un milagro y mis dientes amanezcan rectos y alineados.

 

La semana pasada mi mamá me dijo que había encontrado una solución para el problema de mis dientes. Sentí que mis plegarias al fin estaban siendo respondidas.

 

‘¿De verdad, mamá? ¿Cuál es tu idea? ¿Qué tengo que hacer?’

 

‘Bueno, es un poco complicado, pero funcionó para el hijo de María’, dijo.

 

‘Sea lo que sea, mamá, puedo hacerlo. Haría cualquier cosa por arreglarme los dientes’.

 

Mamá me explicó el plan. La razón por la cual mi familia no me llevaba al especialista de los frenillos es porque yo no nací en los Estados Unidos y no tengo seguro dental para eso. Pero mi hermanita, que nació aquí, es ciudadana estadounidense y puede tener ese seguro. Así que una amiga le sugirió a mi mamá que yo me hiciera pasar por mi hermana y usara la tarjeta del plan dental de ella.

 

El día de la cita desperté con un terrible dolor de cabeza. Había estado pensando mucho en lo que íbamos a hacer y me sentía confundida. En verdad yo no deseaba nada más que me enderezaran los dientes, pero sabía en el fondo que lo que estábamos a punto de hacer estaba mal. Estaríamos mintiendo. Hasta estaríamos violando la ley, ya que es fraude pretender que eres otra persona para conseguir algo. Excepto en Halloween, por supuesto.

 

Estaba asustada. ¿Y si nos descubren? ¿Qué pasaría si mis padres fueran enviados a la cárcel o de regreso a Mexico, donde corren peligro? ¿Qué nos pasaría a mi hermana y a mí? ¿Vale la pena toda esta angustia solamente para enderezarme los dientes?

 

Sin embargo, me vestí, desayuné y, antes de darme cuenta, estábamos en el consultorio dental. Mi mamá mostró la tarjeta de mi hermana cuando llegamos, y poco después me llamaron por su nombre. Mamá me dio un codazo para que pasara, y yo me acerqué como un zombi, como sonámbula. Mi dolor de cabeza aumentó y mi estómago se revolcó.

 

Me senté en la silla del dentista, pero en cuanto me pusieron un babero azul alrededor del cuello comencé a llorar. Primero creían que yo les tenía miedo a los dentistas. Luego pensaron que yo quería que me acompañara mi mamá. Yo seguía llorando, manteniendo la boca cerrada. No dejé que trabajaran en mis dientes. Finalmente me levanté y salí corriendo, con el babero azul colgando como una capa de superhéroes.

 

En la sala de espera encontré a mi mamá, también llorosa, hablando con la recepcionista.

 

‘Mamá, no puedo hacer esto’, dije.

 

‘Yo tampoco quiero hacerlo, pero...’

 

Interrumpí, ‘pero nada. Vámonos de aquí, mamá. Prefiero que mis dientes se queden como están’.

 

‘Usted no se va a ninguna parte, jovencita’, escuché decir al médico.

 

‘Oh-oh, nos van a arrestar’, le susurré a mi madre.

 

‘No te preocupes’, dijo mamá, sosteniendo mi mano temblorosa.

 

Mi mamá ya le había dicho al médico la verdad sobre nuestra situación. Estaban figurando una manera de ponerme frenillos, bajo mi propio nombre. Pagaríamos la factura poco a poco. Me ofrecí a ahorrar mi mesada para ayudar. De alguna manera, ya no me dolía la cabeza y mi estómago se había calmado.

 

Siempre recordaré ese día, el día en que casi cometí un gran error. Pero yo soy honesta. Puede que tenga los dientes torcidos, pero mi carácter es honesto y recto.

 

(Una versión previa de este cuento fue publicada en revistas para niños.)

Previous
Previous

Manos Calientes

Next
Next

Hermana Guardiana