Hermana Guardiana

Todos los chicos de ocho años pueden ser un dolor de cabeza. Mi hermanita Anita, por ejemplo, copia todo lo que yo hago. Cuando estoy con mis amigas, me avergüenza con sus bromas tontas e inmaduras. Y quiere estar conmigo todo el tiempo.

 

El otro día, Mara y Diana me invitaron al centro comercial. Son dos de las chicas más populares de mi escuela, así que me emocioné cuando me preguntaron si quería acompañarlas. Caminaríamos hasta el centro comercial, veríamos una película, comeríamos algo, y jugaríamos en la zona de juegos. Sonaba genial. El único problema era que mis padres también iban a salir, y mi hermanita no podía quedarse sola en casa. Así que mis padres me dijeron que tendría que llevarla conmigo.

 

Pedí a mi hermanita que me prometiera que no me avergonzaría. Le dejé tomar prestadas mis pinzas para el cabello si se quedara callada. Ella prometió no avergonzarme y quedarse callada.

 

Aunque me di cuenta de que a Mara y Diana tampoco les gustaba la idea de llevar a mi hermanita, me sentí bien al caminar hacia el centro comercial con ellas. Mara tiene un cabello bello y una gran figura. Diana baila muy bien y usa la ropa de última moda. Sé que las apariencias no son lo que realmente importa, pero yo quería encajar con ellas, así que trencé mi cabello, me puse mis pantalones nuevos, y mi collar y aretes favoritos.

 

Cuando llegamos al centro comercial, tuvimos que elegir entre una comedia de Disney y una película de ciencia ficción. Yo hubiera preferido ver la película divertida, pero acepté cuando Mara y Diana eligieron la otra. Mi hermana me susurraba preguntas durante toda la película, y yo tampoco entendí la trama, pero fingí que me había gustado, porque Mara y Diana dijeron que les encantó.

 

Después de la película, fuimos al patio de comidas a comer pizza. La pizza estuvo buena, pero ya yo no me sentía muy bien. Aun estando allí mismo con ellas, me sentía excluida. Mara y Diana se reían y hablaban entre sí sobre un par de chicos a unas mesas de distancia. Entonces, Mara le dijo algo al oído a Dana, y me preguntaron si quería galletas como postre. Le dimos dinero a mi hermanita, y le pedimos que fuera al mostrador de las galletas para que nos comprara galletas con chispas de chocolate.

 

Cuando mi hermanita fue por las galletas, Mara y Diana me contaron su plan. La idea era deshacerse de ella para ir a conocer a los chicos, que ya estaban en la sala de juegos. Fue entonces cuando me sentí confundida y desgarrada por dentro. Quería ser amiga de estas chicas y que pensaran que yo era como ellas, pero ¿abandonar a mi hermanita en este enorme centro comercial?

 

Recé en silencio pidiendo guía, pero antes de darme cuenta Mara y Diana me tomaron de la mano y salimos corriendo del patio de comidas a la sala de juegos. Una vez allí, saludamos a los chicos, y Mara y Diana empezaron a jugar al hockey de aire. Me paré junto a la mesa de hockey, esperando mi turno para jugar. Mi estómago estaba revuelto, y no era por la pizza. Desde donde estaba, pude ver el mostrador de galletas al otro lado del patio de comidas. Y, agachada debajo, vi a Anita. Se veía tan pequeña y asustada. Me sentí fatal.

 

Cuando les dije a Mara y Diana que iba a buscar a mi hermanita, Mara me preguntó, en tono burlón: ‘¿Acaso eres la guardiana de tu hermana?’

 

Diana ni siquiera levantó la vista cuando dijo: ‘No me importa’, y siguió jugando.

 

Esa fue la gota que colmó la copa. Corrí a la tienda de galletas. Anita estaba llorando, sollozando, sus manos temblorosas todavía sostenían una bolsa con galletas. Me disculpé.

 

‘Lo siento mucho, Anita. Vámonos a casa’.

 

‘Pero ¿qué hay de tus amigas?’ Preguntó con los ojos llorosos.

 

‘Mara y Diana no son realmente mis amigas’, le dije a Anita, y a mí misma.

 

‘Querían deshacerse de ti’, agregué.

 

‘Ah, ¿sí? Bueno, pues nosotras nos desharemos de ellas’, dijo Anita, y nos reímos.

 

Caminando de regreso a casa, mi hermanita y yo nos comimos todas las galletas. Cuando mamá y papá llegaron, escuché a Anita contarles lo que había sucedido en el centro comercial. Sonaba emocionada, como si hubiera participado en una aventura. Fue entonces cuando me di cuenta de que mi estómago ya estaba tranquilo. Sentí en el fondo que había hecho lo correcto después de todo, aunque no había esperado a escuchar la respuesta a mi oración.

 

¿Soy acaso yo la guardiana de mi hermana? ¡Pues claro que lo soy!

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