Naufragio

‘¿Quieres ir a pescar en alta mar este fin de semana, Carlos?’

 

Cuando escuché a mi tío hacer esa pregunta, no podía creer lo que oía. ¡Por supuesto que quería ir! Yo había estado esperando este momento por mucho tiempo.

 

‘Pensé que nunca me preguntarías, Tío Eri, ¡cuenta conmigo!’ respondí, y tan pronto recibí un ‘OK, puedes ir’ de mis padres, comencé a empacar. Llevé mi bañador, mis zapatos de agua con suela de goma, mi gorra favorita con el logo de los Miami Marlins, y mi amuleto de la suerte, un diente de un tiburón que mi tío pescó en una de sus muchas expediciones de pesca. Mi tío sale a pescar con sus amigos casi todos los fines de semana. Antes solía bucear, pero como perdió la pierna izquierda en un accidente, ya no bucea. Cuando veo su prótesis (su pierna artificial), parece un pirata del Caribe, ¡con la pierna falsa y todo!

 

Mi tío ha sido mi héroe desde que yo era chico. Yo nací con parálisis cerebral leve, lo que significa que el lado izquierdo de mi cuerpo y mi brazo izquierdo no son muy fuertes. Pero mi tío me ha mostrado cómo puedo hacer lo que quiera hacer, incluso con mi PC, tal como lo hace él faltándole una pierna. Desde que tengo memoria, he pasado horas escuchando las emocionantes aventuras en bote de mi tío. No sabía que estaba a punto de participar en la mayor historia de pesca que jamás le oiría contar.

 

La mañana del viaje me desperté a las 5:00. Me gusta dormir hasta tarde los fines de semana, pero estaba tan emocionado que me desperté y alisté antes del amanecer. Los vientos tropicales hacían bailar a las palmeras. Cuando mi tío y sus amigos vinieron a buscarme, casi me olvido de despedirme de mis padres, pero mi madre me hizo regresar para abrazarme, darme su bendición (‘Dios te bendiga’) y meter la botella de protector solar en mi bolsa.

 

Rumbo a la marina, me sentí como uno de los hombres. Mi Tío Eri y sus amigos, Joel y Sebastián, hablaron sobre las condiciones de la marea y el viento, y sobre cuántos marlines, barracudas y tiburones pescarían, pues se sentían con suerte ese día.


Llegamos al puerto y caminamos hacia el bote de mi tío, con el equipo de pesca y una hielera pesada llena de sándwiches y bebidas. El bote, ‘Popeye’, se veía genial con sus rayas azules y sus dos motores fuera de borda negros.

 

Pronto dejamos atrás la costa y nos dirigimos hacia las aguas profundas del Océano Atlántico, donde están los peces grandes. A unas millas de la costa de San Juan se encuentra la trinchera puertorriqueña, uno de los puntos más profundos en la faz de la Tierra. Decidimos ir a pescar allí, así que empujamos los motores y nos sujetamos mientras el bote atravesaba el agua azul marino, creando una estela en forma de V detrás de nosotros.

 

Cuando llegamos a la zona más profunda, redujimos la velocidad y arreglamos las plataformas de pesca. Para entonces, el sol brillaba fuerte y caliente sobre nuestras cabezas, por lo que instalamos los toldos Bimini, nos pusimos protector solar y bebimos limonada fría. Cuando entré en la cabina para usar el baño me sentí algo mareado, así que salí rápidamente. Mi tío me recordó que respirara profundamente, tomara un poco de aire puro de agua salada y me enfocara en el horizonte, y en seguida me sentí mejor.

 

Se sentía relajante, los únicos sonidos eran los de los motores y algunas gaviotas volando. Hasta que un sonido frenético señaló ¡la primera pesca del día! La caña de pescar de Joel fue la afortunada, y él, entusiasmado, comenzó a luchar por halar la pesca.

‘¡Debe ser enorme!’ dijo Sebastián, y trató de ayudar a Joel a ponerse el cinturón de pesca.

 

‘Solo agárrate y cánsalo, voy a dar vueltas’, gritó mi tío, quien comenzó a conducir el bote en grandes círculos alrededor del pez. Luego colocó el bote cerca del pez y apagamos los motores.

 

Las olas parecían más altas una vez que nos detuvimos. El bote tambaleaba tan fuerte que tuve que sentarme. Fue entonces cuando noté unas diez pulgadas de agua en el suelo de la cabina.

 

‘Tío Eri, ¿se supone que hay agua en la cabaña?’ Pregunté.

 

Por su rostro me di cuenta de que algo andaba muy mal. Corrió hacia los controles, gritando: ‘¡Corten la línea, que estamos acumulando agua!’

 

Pero antes de que Joel y Sebastián pudieran cortar el hilo de pescar, y antes de que pudiéramos pedir ayuda por radio, una gran ola volcó el bote y nos envió por la borda.

 

El agua estaba fría. Miré a mi alrededor y vi aparecer una, dos, tres cabezas. ¡Gracias a Dios que todos sabíamos nadar!

 

Pónganse un salvavidas y quédense con el bote’, escuché decir a mi tío, y me arrojó un chaleco salvavida. Lo agarré, me lo puse, y me sujeté con la mano derecha a la barandilla de la proa del bote, ya medio sumergido. Joel y Sebastián hicieron lo mismo.

 

‘Carlos, no te preocupes. Si nos quedamos con el bote, la Guardia Costera nos encontrará más fácilmente. Alcanzaré ese salvavidas para mí ‘.

 

Eso es lo último que oí decir a mi tío. Nadó hacia el chaleco flotante, pero parecía estar alejándose. Luego otra gran ola nos arropó, y ya Tío Eri no estaba a la vista.

 

‘Esto no puede ser verdad. ¿Será una pesadilla?’, pensé. Vi las cosas flotando: las cañas de pescar, la bolsa de primeros auxilios, mi gorra de los Marlins. No encontramos las luces de emergencia. Y la radio estaba en la cabina, sumergida.

 

¿Cómo podría alguien encontrarnos en medio del mar? ¿Y mi tío? No lo habíamos visto hace rato. Rezaba que haya alcanzado el chaleco salvavidas, cuando vi algo flotando en la distancia. La pierna artificial de Tío Eri. Pensé lo peor. Después de todo, esas aguas están infestadas de tiburones.

 

‘Aguanta’, dijo Sebastián.

 

‘Esta historia no se ha acabado’, añadió Joel.

 

Habrán pasado horas, pues el sol se estaba poniendo, el agua se estaba enfriando, y comencé a sentir punzadas de hambre. Me dolían los dedos y la muñeca con que me agarraba a la barandilla. Entonces creí haber escuchado algo.

 

‘¿Escuchan lo que escucho?’, pregunté.

 

‘¡Sí!’ Dijeron al unísono al avistar la silueta de la embarcación que se acercaba. Empezamos a gritar y agitar los brazos hasta que nos vieron. Era un bote pequeño, casi lleno con una familia a bordo. Solamente había espacio para una persona más. Me hicieron señas para que subiera al bote, pero me negué.

 

‘Estoy bien, vayan por mi tío. Está solo. ¡Llamen a la Guardia Costera para que lo busquen! ¡Y no se rindan hasta que lo encuentren!’, les dije.

 

‘Sí, váyanse, nosotros cuidamos al chico’, dijo Joel.

 

Escuché a los tripulantes del bote hacer una llamada de emergencia en la radio. Y se fueron a buscar a mi tío.

 

Muchos pensamientos corrían por mi cabeza. ¿Y si Tío Eri no apareciera? Nunca le dije cuánto lo admiraba. ¿Y si fue culpa mía? Yo fui el único que usó el baño. Quizás no descargué el inodoro correctamente y dejé una válvula abierta. El mejor día de mi vida se había convertido en el peor día del mundo. Pero seguí rezando y aguantando.

 

‘¡Están aquí, la Guardia Costera!’ dijo Joel. Vi lo que parecía ser un barco pirata. ¿Estaría alucinando?

 

‘Podemos esperar más. Diles que sigan buscando a Tío Eri’, tartamudeé, temblando de frío.

 

‘Carlos, ¡ven acá, jovencito!’ ¡Era la voz de mi tío! Allí estaba él, de pie en una pierna, en la proa del barco de la Guardia Costera, extendiéndose hacia mí.

 

‘¡Tío Eri!’ Me escuché decir. Me llevaron a bordo. Me desmayé.

 

Recobré la conciencia al oler el alcohol de un pedazo de algodón que mi tío estaba poniendo bajo mi nariz.

 

‘Tío Eri, me alegra tanto que estés bien. Eres mi héroe, ¿sabes? Siento mucho lo de tu bote. Fue mi culpa, si no hubiera sido por...’ Mi tío me interrumpió.

 

Carlos, no fue culpa de nadie. Pero tienes razón en algo. Si no hubiera sido por... Si no hubiera sido por tu valentía y determinación, es posible que no me hubieran encontrado. ¡TÚ eres mi héroe!’

 

(Una versión previa de este cuento fue publicada en revistas para niños.)

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