Yeyo

Transformó a nuestra madre. Ella, quien nunca había tenido o querido una mascota, ni ningún animal en la casa, ni siquiera en el patio, se convirtió en su madre devota y dedicada.

A lo largo de los años, nuestra familia le puso dieciséis nombres. Se ganaba un nombre nuevo cada vez que lucía o hacía algo ‘lindo’. Más de cuarenta años después, mi hermana y yo todavía los recordamos todos, y los recitamos en secuencia: Hilario Aurelio Poblano Tibio Momi Florón Italio Marmaduke Avión Gacho Campanita Pendiente Volaíto Glotón Dundi Keko.

Pero se hizo llamar Yeyo, el apodo comúnmente utilizado para su segundo nombre.

Noble Yeyo, Yeyito. Mezcla de razas, tamaño mediano, el color de su pelaje bronceado se convirtió en ‘color propio’, como si fuera Yeyo quien estuviera describiéndose. Ojos color café, serenos y brillantes. Orejas largas, expresivas, asimétricas durante sus últimos años.

Tantos recuerdos... Nuestro padre anunciaba en alta voz la ‘fase dos’, proclamando el final del baño de Yeyo en la tina del baño, indicando que el suelo circundante estaba listo para ser mapeado. Yeyo se metía en esa misma bañadera, por sí mismo, cada vez que retumbaban truenos.

Ya que no le gustaba nadar, cuando Yeyo nos acompañaba en nuestros paseos familiares en bote, se sentaba majestuosamente en una balsa inflable mientras la halábamos hasta tierra firme. Con la misma postura erguida y digna, iba sentado en el auto familiar, en el puesto de pasajero delantero, sirviendo a nuestro padre de copiloto, compañero y cómplice.

Yeyo solamente mordió a alguien una vez, inexplicablemente. Recibió un solo azote por parte de nuestro padre, cuya mirada decepcionada pareció lastimar a Yeyo más que el cinturón que golpeó su lomo tembloroso.

En la temporada de Navidad, Yeyo lucía en el cuello un lazo de cinta rojo. Como regalo, cada año le obsequiábamos una caja de su golosina favorita, galletas Social Tea, envuelta festivamente con papel de regalo.

Un año especial, sorprendimos a Yeyo con un matrimonio concertado con Tina, una joven pastora alemana quien se convirtió en su fiel compañera por el resto de su vida. Y, un día muy especial, ellos nos sorprendieron con diez cachorros preciosos.

Gracias, Yeyo, por ser y traer a nuestra familia algunos de los mejores regalos de la vida.

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