Pastel para Papá

Sam y Pat vivían con su papá en las afueras de Conejilandia. En el invierno, disfrutaban escuchando cuentos junto a la cálida chimenea. En la primavera, la familia retozaba en el huerto, jugando a la rayuela con sus vecinos.

 

Kris y Kai eran sus mejores amigos, y pasaban el verano juntos, cavando en la tierra en busca de sus bocadillos favoritos. Cuando llegaba el otoño, a Sam y Pat les encantaba saltar y revolcarse sobre las hojas caídas, mientras Kris volaba de rama en rama en el roble, y Kai corría bajo las pilas de hojas, creando crujientes sonidos. Al final del día, eran recibidos en casa por el dulce olor del pastel de calabaza que Papá había horneado.

 

Pero aquel otoño las cosas fueron diferentes. Por un lado, Papá no estaba horneando pasteles. En lugar de tararear y cantar esas divertidas canciones que le gustaban, Sam y Pat lo oían toser. Y algunas noches lo oían quejarse. Vecinos y amigos de la iglesia, quienes solamente visitaban en ocasiones especiales, venían a casa y llamaban a menudo. Hablaban en voz baja y lucían tristes. Algo parecía estar mal, pero nadie les decía a Sam y Pat cuál era el problema.

 

Al despertar una mañana, Sam y Pat encontraron la cama de su papá vacía, y fueron informados de que irían a vivir con el Sr. y la Sra. Foster. Ese mismo día los llevaron de su casa a la casa de los Foster.

 

El Sr. y la Sra. Foster eran amables, pero Sam y Pat se sentían incómodos en la casa de los Foster. Extrañaban su propia casa y, sobre todo, extrañaban a su papá. Kris y Kai, quienes habían notado la conmoción en casa de sus amigos, habían seguido a Sam y Pat hasta la casa de los Foster para hacerles compañía.

 

Las primeras noches en la casa de los Foster, Sam y Pat no pudieron dormir bien, y tuvieron pesadillas. Una noche, escucharon a los Foster hablando en la sala. Fue entonces cuando se enteraron de que su papá estaba bastante enfermo y que lo habían internado en el hospital del pueblo. Esa noche, Sam y Pat lloraron hasta que se durmieron.

 

A la mañana siguiente, Sam le dijo a Pat: ‘Quiero ir a ver a Papá’.

 

‘¿Pero ¿cómo? No nos dejan salir de esta casa y no sabemos cómo llegar al hospital’, dijo Pat.

 

‘No te preocupes. Podemos figurar la manera de encontrar a Papá’, respondió Sam.

 

Cuando Pat dijo ‘¡Necesitamos ayuda!’, Kris y Kai prestaron atención.

 

Sam, Pat, Kris y Kai pensaron, platicaron, y se les ocurrió un plan.

 

Ya que Kris podía volar, la próxima vez que la Sra. Foster fue a visitar a Papá, Kris la siguió y aprendió el camino al hospital.

 

Pronto llegó el momento de poner en práctica el plan. La Sra. Foster estaba horneando pasteles de calabaza para llevarlos a la feria del condado. El Sr. Foster estaba leyendo en la sala, donde Sam y Pat fingían estar viendo la televisión, esperando el momento adecuado para darle a Kai ‘la señal’.

 

En el momento preciso, habiendo escuchado ‘la señal’, Kai entró por la rendija debajo de una puerta y comenzó a correr por la casa. Los Foster, sorprendidos por el astuto ratón, empezaron a gritar y a trepar por los muebles.

 

Sam y Pat agarraron un pastel de calabaza, y salieron corriendo. Siguieron a Kris, cuyo vuelo los guió hasta el hospital.

 

Papá estaba tan sorprendido y complacido de ver a Sam y Pat, que empezó a sentirse mejor. Sus corazones latían con entusiasmo y amor. El plan había funcionado. Los amigos habían ayudado. ¡Y saborearon juntos pastel de calabaza ese otoño después de todo!

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