Mel, el Camello Emplumado

Mel nació una noche oscura en un desierto árido y desolado. Cuando su mamá le lamió al nacer, notó que la piel de Mel se sentía diferente a la de su hermanita Melania. En lugar del pelaje que abriga a los demás camellos, la piel de Mel parecía estar cubierta por algo más suave... como el plumaje de las aves. Cuando la luz del día iluminó al nuevo integrante de la manada, todos se sorprendieron al ver que Mel no era color marrón o café, ¡sino amarillo y naranja! Sí, Mel había nacido con un plumaje de colores brillantes.

 

El campamento donde vivía la familia de Mel nunca había tenido un camello con plumas. Allí había camellos con pelaje, y aves con plumaje, pero no *había otros camellos con plumaje. En medio del desierto monocromático, los colores de Mel resaltaban en contraste con el trasfondo opaco de la arena y entre los otros camellos, cuyo pelaje era color marrón o café.

 

Mientras era bebé, Mel fue feliz. Disfrutaba jugando y retozando en la arena con su familia desde el amanecer hasta el anochecer.

           

Pero a Mel no se le hizo fácil crecer. Aunque sus padres le amaban, Mel sabía que calladamente se preguntaban por qué Mel no era como los demás. Y Mel notó que Melania, aparentemente avergonzada, quería ocultarle de sus amistades.

 

Mel pasaba las horas y los días a solas, leyendo acerca del mundo más allá del campamento donde vivía su manada. Mel fantaseaba que era alguien diferente en un lugar diferente. Soñaba con una vida diferente.

           

En la vida real, Mel sentía una profunda soledad. Aquellos quienes eran sus amigos en la infancia ahora se burlaban de él.

           

‘¡Mel puso un huevo!’, fastidiaban. Otros camellos jóvenes no querían estar o jugar con Mel porque lucía diferente a los demás.

 

‘Mel es un pájaro extraño’, chismeaban, lo suficientemente alto como para que Mel los oyera.

 

Mel se sentía muy triste. Después de todo, Mel no había elegido haber nacido con plumas. Su vida entera sería más fácil si luciera como los demás camellos.

 

‘Soy tan infeliz. Quisiera ir a dormir y que al despertar fuera como los demás’, Mel decía para sí. Pero todas las mañanas amanecía con cada vez más plumas.

 

A veces Mel escuchaba a los camellos adultos decir: ‘Mel no es normal’. ‘Debe haber algo mal con Mel’.

 

Eso enojó y confundió a Mel, pues se sentía como un camello normal. Tenía dos jorobas como todo camello, comía como los camellos, caminaba como los camellos, y dormía como los camellos. Pero los camellos no estaban supuestos a tener plumajes, ¿verdad que no?

 

En sus intentos por lucir más como los demás, una vez Mel consiguió un abrigo de piel color café y lo vistió sobre sus plumas. Pero era incómodo, y el peso no le permitía moverse o caminar bien.

 

En otra ocasión, Mel tiñó sus plumas con la intención de lucir color marrón. Pero el tinte hizo que se le irritara la piel, y el color se destiñó cuando se dio el próximo baño.

 

Una tarde, Mel notó que algo estaba pasando en el campamento. Todos se estaban reuniendo alrededor de unas garzas que estaban de visita. Las garzas llevaban tiempo viajando alrededor del mundo, y habían ido donde nadie en el campamento había estado. Habían visitado tierras lejanas, y habían traído objetos extraordinarios: cadenas y argollas brillosos, tejidos con diseños elaborados, papeles con escritos en idiomas extranjeros…  Las garzas mostraban ilustraciones y contaban relatos asombrosos de sus aventuras.            

 

A Mel siempre le había interesado la vida en tierras distantes, así que se unió al grupo que rodeaba a las garzas para escuchar. Todos se sorprendieron cuando las garzas enseñaron retratos que mostraban lo que parecían ser ¡otros camellos emplumados como Mel!  

 

No había uno, ni dos, sino muchos camellos emplumados. El plumaje de unos era de distintos tonos de verde. Algunos eran rojos y rosados, otros eran azules y morados. De hecho, los retratos mostraban camellos con plumas en todos los colores del arcoíris.

  

Mel se sentó por horas escuchando a las garzas visitantes, disfrutando sus cuentos y contemplando los retratos de camellos que lucían como Mel. Le gustaría tanto ir y conocer esos lugares…

 

‘Si tan sólo yo fuera una garza, pudiera viajar lejos a donde viven otros camellos emplumados…’, decía, y suspiraba.

 

Una de las garzas visitantes escuchó el lamento de Mel, se acercó, y le dijo: ‘Mel, tú no tienes que convertirte en garza, y tampoco tienes que ser como los camellos a tu alrededor. Solamente necesitas aceptarte, descubrir y compartir tus talentos, ¡y cumplir tus aspiraciones!’

 

Las palabras sabias de la garza inspiraron a Mel.

 

‘Necesitas aceptarte’, repitió Mel. Muy dentro de sí Mel apreciaba sus plumas y cómo éstas le refrescaban en los días calientes del desierto. También en secreto sentía cierto orgullo de sus colores brillantes que relucían bajo el sol.

 

‘Descubrir y compartir tus talentos’, continuó Mel. Fue entonces que sacudió sus plumas juguetonamente y se percató de que bajo su joroba frontal habían estado creciendo un par de alas, ya grandes y fuertes. Todavía era un camello, y ahora podría volar. Hasta podría llevar a otros en su lomo mientras volara, ¡un talento muy especial para un camello!

 

‘¡Y cumplir tus aspiraciones!’ Mel recordó. Esa noche Mel decidió comenzar a cumplir su deseo de explorar el mundo más allá del campamento donde creció. Así que al día siguiente se despidió de su familia, de su manada, y de la tierra de su niñez. Y emprendió vuelo.

 

Mel viajó a lugares fabulosos donde los camellos tienen pelaje, o plumas, o ambos. Entabló amistad con criaturas tan diversas como lo es la naturaleza en el vasto mundo multicolor que fue explorando. 

 

Y cuando regresó al campamento de visita, Mel les trajo a todos en la manada hermosos y refrescantes abanicos coloridos, hechos de plumas de ca-Mel-lo.

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