Despegue

El ruido de los motores aumentó de volumen, el piso y los asientos empezaron a vibrar, y los edificios afuera pasaron por la ventanilla cada vez más rápido.

Ella lo miró a los ojos. Él tomó la mano de ella en la suya.

El hombre sentado a su otro lado -mucho más cerca de lo que ella hubiera elegido- ya roncaba despreocupado.

La mujer canosa al otro lado del pasillo murmuraba sosteniendo en sus manos un rosario azul.

El bebé en el 15B lloraba desconsolado.

Los cinturones de seguridad estaban abrochados. Las bandejas, guardadas en posición vertical. Los compartimientos para equipaje, cerrados. Las pantallas, en blanco, o mejor dicho, en negro.

Ella sintió una ligereza en su estómago cuando las ruedas dejaron el suelo, y pensó que no le importaría morir ese día.

Pero ninguno de ellos murió ese día. Ni ella, ni él, ni el hombre que roncaba, ni la mujer que rezaba, ni el bebé que lloraba, ni ninguno de los otros 263 pasajeros y 7 miembros de la tripulación a bordo del vuelo 1976 de Los Ángeles a Miami.

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