Viuda

La joven viuda

camina llorosa por el sendero,
el adornado con hojas de arce en forma de estrella,
huellas de perros en forma de flor,
holladuras de herraduras en forma de u,
y ahora, con la inconfundible forma de pisada
de las nuevas botas de caminata
que se obsequió a sí misma
como regalo de cumpleaños
el otoño pasado.

El primer otoño
desde que él cayó

aquel invierno,
cuando ella se desplomó de rodillas
y gimió

al escuchar la noticia,
la terrible triste noticia,
que se imprimió indeleble

en su memoria.

Esas huellas

no se borrarán
cuando la lluvia, la nieve,

o las ráfagas de viento
visiten este bosque.

Ella no quedó caída,
boca abajo ni boca arriba, 
como permanecieron
los árboles caídos,
y él.

Al tiempo,

ella se levantó y caminó,
pasándole por encima a las raíces retorcidas,
entre troncos lastimados por garras de criaturas,
doloridos y expuestos como muñones frescos.

En la primavera,
mientras a los arces les brotaban hojas,
a ella le creció el cabello.

En el verano,
dio a luz a su hijo.

Y en el otoño,

en su cumpleaños,
se regaló

un par de botas de caminata
para andar por el sendero,
visitar a los árboles en pie

y a los árboles caídos,
para escuchar,
y para aprender
las canciones de cuna del riachuelo.

La joven viuda

se las canta
al chico que rebota balbuceando
en la mochila de bebé,
mientras pasean por el arroyo burbujeante,
con el bosque de testigo.

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