Calceta

Una calceta común, blanca. Talla 9-11, unisex. Del tipo que llaman calcetas holgadas, que van bien con pantalones cortos. También se pueden usar estiradas a lo largo de las pantorrillas en días más fríos. Casi toda color blanco todavía, en contraste con el talón y la puntera grises. No tan azulada o rosácea como otros calcetines anteriormente blancos que se habían colado en la tanda de ropa de color.

Un buen día, la calceta escapó. Ellos buscaron en la secadora varias veces. Sacudieron vigorosamente las sábanas con las que los calcetines habían retozado ruidosamente durante cuarenta y cinco minutos calientes en el baile de la ropa.

Pero no hallaron señales de la calceta perdida. Ningún rastro de la simple calceta por ninguna parte. La única evidencia de su existencia era su pareja, otro calcetín blanco. Dejó al viudo, a ser descartado, a ser degradado a otros usos, a ser apartado hasta que desaparezca otra calceta blanca similar, a esperar pacientemente hasta que ellos se atrevan a usar calcetines diferentes en cada pie, o hasta que pierdan uno de sus pies, lo que ocurra primero.

Cuando tienen insomnio, piensan en la calceta perdida ya hace años. ¿Dónde estará ahora? ¿Extrañará a su cónyuge? ¿Los extrañará a ellos tanto como ellos la extrañan a ella?

O quizás, tal vez, la calceta se sintió extasiada cuando la estática la ayudó a aferrarse al techo de la cavidad de la secadora el tiempo suficiente mientras ellos recogían la ropa, y luego se soltó, saltó, huyó hacia la libertad, dejando atrás un matrimonio arreglado a edad temprana, antes de que ella pudiera decidir, y ahora, satisfecha, suspira diciendo ‘¡soltera al fin!’

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