Prima Vera
Con entusiasmo primaveral,
prima Vera se puso sus guantes.
No guantes de nieve, ni de boxeo, ni de fiesta,
sino los guantes de goma, para la limpieza.
Desinfectó toda superficie
que alcanzara a rozar la piel humana.
Limpió lámparas, espejos y azulejos.
Lavó ventanas, alfombras y cortinas.
Desempolvó fotografías y figurillas,
anaqueles y dinteles.
Reemplazó las sábanas y manteles
por los de colores pasteles.
Acomodó la ropa colgada en los armarios,
y la ropa doblada en cajones forrados,
poniendo en primera plana la más liviana.
Organizó el contenido de la nevera,
y de toda tablilla de la alacena.
Podó los arbustos, rastrilló las hojas,
trasplantó las plantas de su piso y de su patio.
Puso por todas partes
frutas, flores y follajes frescos.
Y escarbó todo rincón del suelo y del techo,
eliminando o desalojando despiadadamente
arañas amistosas, ariscas o hurañas.
Cuando terminaron,
escobas, mapos y trapos,
esponjas, cepillos y rastrillos,
mujer y máquinas
aspiradoras, lavadoras y secadoras,
prima Vera, exhausta, satisfecha,
finalmente se sentó a ver una película romántica
con una taza de té de tilo.
Mientras tanto,
las arañitas sobrevivientes más laboriosas
decidieron ayudar a prima Vera a decorar,
empezando a diseñar
la telaraña hogareña primaveral.
Y comenzaron a acumularse
nuevo polvo, nueva mugre,
nueva evidencia de vida,
otra vez.